La vida de un guardia civil en el País Vasco a finales de los 70.
Cinco meses de dura preparación física y de conocimientos profesionales en la Academia de la Guardia Civil de Úbeda (Jaén) allá por 1977, tras aprobar la oposición para Guardia Civil, se consideraban suficientes como para afrontar el primer destino. Obviamente no lo eran.
El mío fue en la Salve, que así se llamaba a la Comandancia de Bilbao (Vizcaya). Tuve suerte de quedarme en la capital, porque de los casi 150 compañeros que fuimos a esa Comandancia, el 80 por ciento fueron destinados a pueblos de aquella provincia, donde era mucho más difícil la vida debido a causas fáciles de imaginar que después explicaré.
Nuestra misión, era la propia de la Guardia Civil pero con la escasez de medios de aquellos años y el problema añadido de que éramos blancos fáciles de los militantes de la banda terrorista ETA. No existían unidades como el GAR o la UEI, que años más tarde fueron garantía de seguridad para los guardias civiles y sus familias.
El Servicio de Información contaba igualmente con pocos medios y escaso personal, y para colmo, Francia constituía un refugio inaccesible para nosotros, donde los terroristas se movían a placer. En 1977 nuestro día a día y principal preocupación era mantenernos con vida. Aunque suena duro, era así.
En los servicios que realizábamos, frecuentemente había de desplazarse en vehículos todo terreno, casi siempre en aquellos Land-Rover con cubierta de lona que no ofrecían seguridad alguna. Por supuesto no eran automóviles blindados ni tan siquiera reforzados para resistir las muchas amenazas que nos acechaban en caso de atentado o agresiones con objetos varios. Mucho menos explosiones o disparos de armas de fuego.
Los desplazamientos, siempre eran peligrosos, pero especialmente temidos eran los que se efectuaban por carreteras locales o comarcales, a través de zonas rurales donde en algunos casos nadie había pasado en horas y donde la maleza existente podría esconder algunos de aquellos “regalos” que los terroristas nos preparaban para intentar pasaportarnos al más allá.
Cuando llevábamos poco tiempo en el País Vasco, adquiríamos casi sin querer ciertos hábitos encaminados a mejorar nuestra sensación de seguridad. Al entrar en algún local como bares, restaurantes o incluso lugares más espaciosos, siempre mirabas a la gente que te rodeaba, tratando de buscar algo raro en sus atuendos o simplemente en su manera de comportarse. Nunca nos situábamos de espaldas a la entrada y cuando por sensación o corazonada no nos encontrábamos seguros, cambiábamos de lugar.
Algo obligatorio era examinar los bajos de los vehículos de nuestra propiedad o incluso los vehículos oficiales, cuando habían estado estacionados en lugares sin vigilancia o con vigilancia escasa. Echábamos un vistazo directamente o a través de artilugios como espejos acoplados al borde de una varilla que situábamos a la altura de los bajos. En algunas ocasiones, estas inspecciones salvaron vidas al detectarse adosados, artefactos explosivos cuya activación y explosión se producía por diferentes procedimientos.
Los compañeros que vivían fuera de los acuartelamientos corrían un peligro adicional, ya que a pesar de intentar no mostrar que eran guardias civiles, casi siempre había algo o alguien que delataba su identidad. Muchas personas fueron asesinadas por el procedimiento del tiro en la nuca, cuando salían o regresaban al domicilio.
Pero como narraba anteriormente, en los pueblos la situación era peor, ya que además de todos estos problemas, con cierta frecuencia las familias recibían el rechazo y los insultos de la población, y era un problema enorme para los compañeros, poder escolarizar a los hijos, que con frecuencia tenían que ser enviados internos a colegios fuera del País Vasco.
Otro motivo de angustia era los atentados que sufrían los acuartelamientos y que a menudo se saldaban no solo con los asesinatos de compañeros, sino también de algún miembro de sus familias. Mucha gente no podía soportarlo y la aparición de lo que hoy se denominan patologías mentales, era bastante frecuente. Miedo, ansiedad, crisis crónicas de nerviosismo, insomnios también crónicos, etc.
Por todos estos motivos, mi permanencia en Bilbao fue solo de dos años (1977-1979). Mis padres que residían en Alcalá de Henares lo pasaban muy mal, pero sobre todo cada vez que las noticias daban cuenta de atentados contra la Guardia Civil en la zona donde yo estaba y se producían heridos o fallecidos.
Perdí a varios compañeros y algunos de ellos eran además buenos amigos. Personalmente, al menos que yo sepa (aunque nunca se puede estar seguro de cuantas veces se ha estado en el punto de mira de los etarras) solo corrí gran peligro en una ocasión. Fue en el relevo que desde Bilbao hacíamos en la prisión de Basauri. Había que desplazarse unos kilómetros y lo hacíamos a horas diferentes y por trayectos también diferentes. Era un domingo de primavera de 1978, falló una batería de un vehículo y nuestro convoy de 20 componentes a bordo de cuatro Land-Rover con capota de lona, partió con bastante retraso, casi hora y media.
Justo antes de salir, una vez resuelto el problema, nos enteramos de que un microbús de la Policía Armada, había sido ametrallado por el punto que nosotros debíamos haber alcanzado una hora antes, justo desde la zona superior a la entrada del túnel que se encuentra junto a la catedral de Nuestra Señora de Begoña. Afortunadamente solo hubo heridos, pero después supimos que “el regalo” era para nosotros.
Acompaño dos fotografías. La de blanco y negro ilustra un momento de relax, por llamarlo de alguna forma, durante la vigilancia de los polvorines y depósitos de explosivos de la empresa “Explosivos Riotinto” situados cerca de la vizcaína localidad de Galdácano.
En la otra fotografía, a color, aparezco yo, el mas alto, a la derecha. El compañero de en medio, Benito, fue tiempo después gravemente herido en un atentado a la patrulla que vigilaba el perímetro del Aeropuerto de Sondica (Bilbao), atentado en el que Antonio Nieves resultó muerto. A la izquierda está Antonio Velasco, que pocos años más tarde fue ametrallado y asesinado, cuando hacia servicio de vigilancia en la sede de la Audiencia Provincial de Bilbao.
Ciertamente en aquellos años, el plus económico que recibíamos por estar destinados en las Provincias Vascas o en Navarra, y que aumentaba en un 30% nuestro sueldo habitual, no compensaba realmente el sacrificio que constituía estar expuesto con una alta probabilidad a perder la vida.
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